«Cuida tu matrimonio cada día»

Emily Marcucci, graduada por la Universidad de Harvard, se casó hace 17 años y tiene 8 hijos. En la educación de los pequeños, su marido y ella recuerdan las palabras de san Josemaría “Obras son amores y no buenas razones”.

Emily Marcucci con uno de sus hijos.

Emily, ¿cómo es tu familia?

Mi esposo, Michael Marcucci, es abogado y socio de Jones Day, un despacho que tiene su sede en Boston. Yo trabajo en casa con nuestros ocho hijos: Madeline (16), John (13), Theresa (11), Josephine (10), Anthony (8), James (6), Thomas (6) y Anne (2).

Cuando érais novios, ¿cómo planteasteis Mike y tú el tema de la familia? ¿Planeabais ya tener muchos hijos?

Mike y yo nos conocimos en la Universidad de Harvard y estuvimos saliendo durante seis meses antes de comprometernos. Mike me propuso matrimonio poco después de graduarse, aunque a mí aún me quedaba un año. Dimos un hermoso testimonio en la universidad, porque en Harvard no son habituales ni noviazgos tan breves ni matrimonios a tan joven edad. Durante el noviazgo, pensábamos ya en construir una familia numerosa. Crecí con 10 hermanos y recibí afecto de cada uno de ellos. Mike también creció en una familia muy unida. Por lo tanto, estábamos listos desde el primer día de nuestro matrimonio para recibir los hijos que Dios quisiera.

Y llegaron los niños...

Sí, nos ayudó mucho hablar con mucha claridad antes del matrimonio sobre qué pensaba cada uno de los niños, porque no tardaron en llegar.

Sí, nos ayudó mucho hablar con mucha claridad antes del matrimonio sobre qué pensaba cada uno de los niños, porque no tardaron en llegar. Era importante estar de acuerdo desde el inicio. Madeline nació antes de nuestro primer aniversario de boda. En cambio, perdimos al segundo niño —Philip— en el octavo mes de embarazo. Aunque estábamos muy tristes, el dolor nos unió más. Nos pusimos de nuevo en manos de Dios, dispuestos a agradecerle todo lo que nos ocurriera.

Michael con siete de sus hijos.
Teniendo en cuenta tu experiencia, ¿cual es el papel de los padres en la educación de los hijos?

A un padre o una madres le corresponde acompañar a sus hijos en la aventura de convertirse en adultos responsables, señalándoles lo que está bien y está mal, y ampliando progresivamente su margen de libertad. El arte de ser padres consiste en mantener ese difícil equilibrio entre enseñarles y, al mismo tiempo, concederles un margen para que cometan errores. Nos duele que se equivoquen, pero es lo que les hace crecer.

Al mismo tiempo, recuerdo que san Josemaría decía que “Obras son amores y no buenas razones” —una frase que tenemos escrita en la pizarra de la cocina donde apuntamos mensajes y tareas familiares—. Por eso, mi marido y yo intentamos educar con pocas palabras y mucho ejemplo.

¿Es difícil ser madre de ocho hijos?

Seré sincera: sí. Pero tener tantos niños también tiene la ventaja de poder apoyarte en los mayores para gestionar a los pequeños. Mis padres —quienes tuvieron 11 hijos— me dieron muy buenos consejos. Por ejemplo, aquí todos saben que tienen que ayudar en casa, cada uno según su edad. Si no hacen su parte, saben que se produce el caos, así que cumplen. Tenemos un gran pizarrón en la cocina que describe el horario del día y las tareas de cada uno.

¿Es difícil ser madre de ocho hijos? Seré sincera: sí. Pero tener tantos niños también tiene la ventaja de poder apoyarte en los mayores

Para educar a un niño tienes que estar dispuesto a la frustración, porque no siempre crecen como tú querrías —es más, casi nunca—. Así que educar a tantos niños requiere paciencia y buen humor. ¡No todas las casas funcionan con la disciplina militar de la familia de “Sonrisas y lágrimas”!

La pizarra familiar, conocida por los niños como el "Marcucci Family Information Center".

Una amiga me dio un buen consejo: ella se despierta antes que nadie, se hace un buen café, reza unos minutos y planea su día. Esos minutos de tranquilidad le dan otra perspectiva a la “batalla”. No es fácil levantarse la primera, pero vale la pena.

El Papa Francisco nos pide que oremos mucho por las familias. ¿Cuál crees que es el mayor reto?

En Estados Unidos, el mayor peligro es seguir un estilo de vida que deje poco tiempo para la reflexión. Vamos de actividad en actividad, y corremos el riesgo de sacrificar la cena familiar, que para nosotros es fundamental. En la cena, con los niños, a veces hacemos un sencillo juego, que llamamos “Highs and Lows” (“Altos y Bajos”): cada uno comparte su mejor y su peor momento del día. Cuando toca a los más pequeños, es realmente divertido.

El cónyuge no es siempre el que conocimos durante el noviazgo, sino que cambia con los años. También nosotros cambiamos. Por lo tanto, el amor tiene que cambiar, que hacerse más maduro.

¿Cómo les transmitís la fe?

Enseñamos a nuestros hijos a decir una breve oración por la mañana, bendecimos la mesa y rezamos con ellos un poco antes de dormir. También vamos juntos los domingos a misa y a veces les leemos cuentos sobre nuestros santos favoritos. Si algún familiar está enfermo o necesitado de ayuda, rezamos juntos por él. Estas costumbres hacen que a veces salgan de ellos mismos las preguntas que todo niño se plantea sobre Dios. Así, de modo natural, la fe va formando parte de sus vidas.

¿Tienes algún consejo para las parejas recién casadas?

Sí, que no se olviden de hacer su matrimonio cada día más fuerte. A veces se requiere más tiempo y esfuerzo del que uno habría imaginado. Se va conociendo mejor al cónyuge, que no es siempre el que nos enamoró durante el noviazgo, sino que cambia con los años. También nosotros cambiamos. Por lo tanto, el amor tiene que adaptarse, que hacerse más maduro. Pero es necesario concretar este propósito, no puede quedarse en un deseo: a veces basta una decisión al día: sacar la basura, preguntar al otro sobre un tema que sabemos que le gusta, no insistir cuando es obvio que el otro se ha equivocado...

Sí, aunque parezca mentira, tras la batalla de cada día, al llegar la noche ambos admitimos que nos queremos más, mucho más, que durante aquellos pacíficos y tranquilos meses de noviazgo en Harvard.