UN CAMBIO INUSUAL: VACACIONES POR TRABAJO

Parece mentira. Casi cuarenta chicos de secundaria -15, 16, 17 años- cambiaron sus vacaciones de julio por unos días de extenuante trabajo solidario. Fue en Puerto Antequera, la semana pasada. Salieron de Asunción remontando el río Paraguay, en el barco Cacique II, y viajaron durante 20 horas. Una odisea que los transformó, por unos días, en albañiles, pintores, electricistas y plomeros. Los antequereños, agradecidos.

“Está claro que estas acciones no bastan para solucionar el drama de la pobreza en Paraguay; es algo que no está a nuestro alcance. Pero sí queremos llevar un poco de alegría y esperanza a tanta gente necesitada y mejorar sus instalaciones comunitarias, a la vez que fomentamos en los jóvenes el espíritu solidario”.

Así explica William Stewart –coordinador del programa- la finalidad de estos Campamentos de Ayuda Social, que se vienen realizando en todo el país desde 1989 con la participación total de 474 voluntarios.

A lo largo del año, estos chicos de la secundaria frecuentan el Centro de Estudios Puntarrieles, del barrio Villa Morra, que complementa la educación que reciben en sus colegios y familias. Como parte de esa formación, realizan voluntariamente trabajos solidarios en las ciudades más desprotegidas.

Según William, el trabajo más duro empieza dos o tres meses antes. Es la época en que los estudiantes se movilizan para conseguir donaciones –con la técnica de sumar “muchos pocos”- y comprar los materiales. Este año hicieron falta, por ejemplo, para la escuela infantil San Ramón y la capilla Virgen de Fátima de Antequera, 1.500 tejas, 72 litros de pintura, decenas de bolsas de cal y cemento, 2 camiones de arena, 4 ventiladores de techo, 200 metros de cable, 75 m2 de baldozas…

Luego viene la fase de campo: dejar unos días los libros y las computadoras para acarrear escombros, lijar paredes, tender caños, manejar la azada –quizá por primera vez en sus vidas-, preparar mezcla y ensuciarse con arena, cal, cemento y pintura.

También consiguieron ropa –mucha ropa-, y organizaron una venta a precios simbólicos para evitar que la gente obtenga todo regalado. “Se valora más lo que cuesta algo”, explica William para justificar este sistema, que funciona, y muy bien. Lo recaudado fue para el Comité de Acción Social de Antequera.

Los precios eran realmente simbólicos y se registraron en torno a la feria escenas conmovedoras. Un día de frío y lluvia dos chiquitos, después de cruzar el río, se acercaron con los pies infestados de piques, tiritando, con mil guaraníes en las manos. Querían comprar –y compraron- dos pares de championes.

“Es evidente que el contacto con el dolor y la pobreza dejará una profunda huella en esos estudiantes, que les hará más participativos y solidarios el día de mañana”, asegura el coordinador del Campamento.

Otro item inaudito: que cada asistente tuvo que pagar un arancel, de sus pequeños ahorros, para pasarse aquellos días trabajando por los demás. Sorprendente. Y animante.