“Está claro que estas acciones no bastan para solucionar el drama de la pobreza en Paraguay; es algo que no está a nuestro alcance. Pero sí queremos llevar un poco de alegría y esperanza a tanta gente necesitada y mejorar sus instalaciones comunitarias, a la vez que fomentamos en los jóvenes el espíritu solidario”.
Así explica William Stewart –coordinador del programa- la finalidad de estos Campamentos de Ayuda Social, que se vienen realizando en todo el país desde 1989 con la participación total de 474 voluntarios.
A lo largo del año, estos chicos de la secundaria frecuentan el Centro de Estudios Puntarrieles, del barrio Villa Morra, que complementa la educación que reciben en sus colegios y familias. Como parte de esa formación, realizan voluntariamente trabajos solidarios en las ciudades más desprotegidas.
Según William, el trabajo más duro empieza dos o tres meses antes. Es la época en que los estudiantes se movilizan para conseguir donaciones –con la técnica de sumar “muchos pocos”- y comprar los materiales. Este año hicieron falta, por ejemplo, para la escuela infantil San Ramón y la capilla Virgen de Fátima de Antequera, 1.500 tejas, 72 litros de pintura, decenas de bolsas de cal y cemento, 2 camiones de arena, 4 ventiladores de techo, 200 metros de cable, 75 m2 de baldozas…
Luego viene la fase de campo: dejar unos días los libros y las computadoras para acarrear escombros, lijar paredes, tender caños, manejar la azada –quizá por primera vez en sus vidas-, preparar mezcla y ensuciarse con arena, cal, cemento y pintura.
También consiguieron ropa –mucha ropa-, y organizaron una venta a precios simbólicos para evitar que la gente obtenga todo regalado. “Se valora más lo que cuesta algo”, explica William para justificar este sistema, que funciona, y muy bien. Lo recaudado fue para el Comité de Acción Social de Antequera.
Los precios eran realmente simbólicos y se registraron en torno a la feria escenas conmovedoras. Un día de frío y lluvia dos chiquitos, después de cruzar el río, se acercaron con los pies infestados de piques, tiritando, con mil guaraníes en las manos. Querían comprar –y compraron- dos pares de championes.
“Es evidente que el contacto con el dolor y la pobreza dejará una profunda huella en esos estudiantes, que les hará más participativos y solidarios el día de mañana”, asegura el coordinador del Campamento.
Otro item inaudito: que cada asistente tuvo que pagar un arancel, de sus pequeños ahorros, para pasarse aquellos días trabajando por los demás. Sorprendente. Y animante.