Vida de María (I): la Inmaculada Concepción

La Redención del mundo estaba en marcha ya desde el primer momento. Luego, poco a poco, inspirados por el Espíritu Santo, los profetas fueron desvelando los rasgos de esa hija de Adán.

La Inmaculada Concepción (Descarga en PDF)  Novena a la Inmaculada Concepción 


La historia del hombre sobre la tierra es la historia de la misericordia de Dios. Desde la eternidad, antes de la creación del mundo, nos eligió para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor (Ef 1, 4).

Sin embargo, por instigación del demonio, Adán y Eva se rebelaron contra el plan divino: seréis como Dios, conocedores del bien y del mal (Gn 3, 5), les había susurrado el príncipe de la mentira. Y le escucharon. No quisieron deber nada al amor de Dios. Trataron de conseguir, por sus solas fuerzas, la felicidad a la que habían sido llamados.

Pero Dios no se echó atrás. Desde la eternidad, en su Sabiduría y en su Amor infinitos, previendo el mal uso de la libertad por parte de los hombres, había decidido hacerse uno de nosotros mediante la Encarnación del Verbo, segunda Persona de la Trinidad.

Por eso, dirigiéndose a Satanás, que bajo figura de serpiente había tentado a Adán y a Eva, le conminó: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo (Gn 3, 15). Es el primer anuncio de la Redención, en el que se entrevé ya la figura de una Mujer, descendiente de Eva, que será la Madre del Redentor y, con Él y bajo Él, aplastará la cabeza de la infernal serpiente. Una luz de esperanza se enciende ante el género humano desde el instante mismo en que pecamos.

"Trataron de conseguir, por sus solas fuerzas, la felicidad a la que habían sido llamados"

Comenzaban así a cumplirse las palabras inspiradas —escritas muchos siglos antes de que la Virgen viniera al mundo— que la liturgia pone en labios de María de Nazaret. El Señor me tuvo al principio de sus caminos, antes de que hiciera cosa alguna... Desde la eternidad fui formada, desde el comienzo, antes que la tierra. Cuando no existían los océanos fui dada a luz, cuando no había fuentes repletas de agua. Antes que se asentaran los montes, antes que las colinas fui dada a luz. Aún no había hecho la tierra ni los campos, ni el polvo primero del mundo (Prv 8, 22-26).

La Redención del mundo estaba en marcha ya desde el primer momento. Luego, poco a poco, inspirados por el Espíritu Santo, los profetas fueron desvelando los rasgos de esa hija de Adán a la que Dios —en previsión de los méritos de Cristo, Redentor universal del género humano— preservaría del pecado original y de todos los pecados personales, y llenaría de gracia, para hacer de Ella la digna Madre del Verbo encarnado.

"Alcanzó victoria contra un enemigo imponente, hasta el punto de que a Ella, más que a nadie, se dirigen aquellas alabanzas".

Ella es la virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Enmanuel (Is 7, 14); está significada en Judit, la heroína del pueblo hebreo que alcanzó victoria contra un enemigo imponente, hasta el punto de que a Ella, más que a nadie, se dirigen aquellas alabanzas: Tú eres la exaltación de Jerusalén, la gran gloria de Israel, el gran honor de nuestra gente... Bendita seas tú de parte del Señor todopoderoso por siempre jamás (Jdt 15, 9-10).

Extasiados ante la belleza de María, los cristianos le han dirigido siempre toda clase de alabanzas, que la Iglesia recoge en la liturgia: huerto cerrado, lirio entre espinas, fuente sellada, puerta del cielo, torre victoriosa contra el dragón infernal, paraíso de delicias plantado por Dios, estrella amiga de los náufragos, Madre purísima...

La voz del Magisterio

«El inefable Dios eligió y señaló desde el principio, antes de los tiempos, una Madre para que su unigénito Hijo se encarnara y naciese de Ella en la dichosa plenitud de los tiempos. Y en tanto grado la amó, por encima de todas las criaturas, que sólo en Ella se complació con singular benevolencia. Por esto la colmó de la abundancia de todos los dones celestiales, tomados del tesoro de su divinidad, muy por encima de todos los ángeles y los santos. Y así Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado, toda hermosa y perfecta, posee una tal plenitud de inocencia y de santidad, que no es posible concebir una mayor después de Dios, y nadie puede imaginar fuera de Dios».

«Era ciertamente convenientísimo que una Madre tan venerable brillase siempre adornada con los resplandores de la más perfecta santidad, y que, inmune de la mancha del pecado original, alcanzase un triunfo total sobre la antigua serpiente. En efecto, Dios Padre había dispuesto entregarle a su Hijo unigénito —engendrado de su corazón, igual a Sí mismo y a quien ama como a Sí mismo—, de tal modo que Él fuese, por naturaleza, el mismo Hijo único común de Dios Padre y de la Virgen; ya que el mismo Hijo había determinado hacerla sustancialmente Madre suya, y el Espíritu Santo había querido y hecho que fuese concebido y naciese Aquel de quien Él mismo procede».

«Al considerar los Padres y escritores eclesiásticos que la Santísima Virgen fue llamada llena de gracia por el ángel Gabriel —por mandato y en nombre del mismo Dios—, cuando le anunció la altísima dignidad de Madre de Dios (Lc 1, 28), enseñaron que, con este saludo tan solemne y singular, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era la sede de todas las gracias divinas, y que estaba adornada de todos los carismas del Espíritu Santo».

«De ahí se deriva su sentir, no menos claro que unánime, según el cual la gloriosísima Virgen, en quien hizo cosas grandes el Todopoderoso (Lc 1, 49), brilló con tal abundancia de dones celestiales, con tan plenitud de gracia y con tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de Dios; más aún, como el milagro cumbre de todos los milagros y digna Madre de Dios; y allegándose a Dios mismo lo más cerca posible, según se lo permitía la condición de criatura, fue superior a toda alabanza, tanto de hombres como de ángeles».

«Por lo cual, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y ornato de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica e incremento de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos que ha sido revelada por Dios y, de consiguiente, debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano».

Beato Pío IX, Bula Ineffabilis Deus , 8-XII-1854, al definir como dogma de fe la Inmaculada Concepción.

La voz de los Padres

«Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la expectación de los pueblos».

«Que las almas buenas y agradecidas entonen un cántico de alegría; que la naturaleza convoque a todas las criaturas para anunciarles la buena nueva de su renovación y el inicio de su reforma. Salten de alegría las madres, pues la que carecía de descendencia [Santa Ana] ha engendrado una Madre virgen e inmaculada. Alégrense las vírgenes, pues una tierra no sembrada por el hombre traerá como fruto a Aquél que procede del Padre sin separación, según un modo más admirable de cuanto puede decirse. Aplaudan las mujeres, pues si en otros tiempos una mujer fue ocasión imprudente del pecado, también ahora una mujer nos trae las primicias de la salvación; y la que antes fue rea, se manifiesta ahora aprobada por el juicio divino: Madre que no conoce varón, elegida por su Creador, restauradora del género humano».

«Que todas las cosas creadas canten y dancen de alegría, y contribuyan adecuadamente a este día gozoso. Que hoy sea una y común la celebración del cielo y de la tierra, y que cuanto hay en este mundo y en el otro hagan fiesta de común acuerdo. Porque hoy ha sido creado y erigido el santuario purísimo del Creador de todas las cosas, y la criatura ha preparado a su Autor un hospedaje nuevo y apropiado».

«Hoy la naturaleza, antiguamente desterrada del paraíso, recibe la divinidad y corre con paso alegre hacia la cima suprema de la gloria. Hoy Adán ofrece María a Dios en nuestro nombre, como las primicias de nuestra naturaleza; y estas primicias, que no han sido puestas con el resto de la masa, son transformadas en pan para la reparación del género humano.

«Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe el don de su primera formación por las manos divinas y reencuentra su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y los encantos de la naturaleza humana; pero nace la Madre del Hermoso por excelencia, y esta naturaleza recobra en Ella sus antiguos privilegios y es modelada siguiendo un modelo perfecto y verdaderamente digno de Dios. Y esta formación es una perfecta restauración; y esta restauración una divinización; y ésta, una asimilación al estado primitivo».

«Hoy ha aparecido el brillo de la púrpura divina, y la miserable naturaleza humana se ha revestido de la dignidad real. Hoy, según la profecía, ha florecido el cetro de David, la rama siempre verde de Aarón, que para nosotros ha producido Cristo, rama de la fuerza. Hoy, de Judá y de David ha salido una joven virgen, llevando la marca del reino y del sacerdocio de Aquél que, según el orden de Melquisedec, recibió el sacerdocio de Aarón. Hoy la gracia, purificando el efod místico del divino sacerdocio, ha tejido —a manera de símbolo— el vestido de la simiente levítica, y Dios ha teñido con púrpura real la sangre de David».

«Por decirlo todo en una palabra: hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, sometido ahora a una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación»

San Andrés de Creta, Homilía 1 en la Natividad de la Santísima Madre de Dios

La voz de los santos

«Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto. Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más —si es posible hablar así— que en otras verdades de fe».

«Los teólogos han formulado con frecuencia un argumento destinado a comprender de algún modo el sentido de ese cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María, y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen: convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo . Es la explicación más clara de por qué el Señor concedió a su Madre, desde el primer instante de su inmaculada concepción, todos los privilegios. Estuvo libre del poder de Satanás; es hermosa — tota pulchra! —, limpia, pura en alma y cuerpo». ( San Josemaría, Es Cristo que pasa , n. 171).

«¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!... —Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!». (San Josemaría, Camino , n. 496).

«Quizá ahora alguno de vosotros puede pensar que la jornada ordinaria, el habitual ir y venir de nuestra vida, no se presta mucho a mantener el corazón en una criatura tan pura como Nuestra Señora. Yo os invitaría a reflexionar un poco. ¿Qué buscamos siempre, aun sin especial atención, en todo lo que hacemos? Cuando nos mueve el amor de Dios y trabajamos con rectitud de intención, buscamos lo bueno, lo limpio, lo que trae paz a la conciencia y felicidad al alma. ¿Que no nos faltan las equivocaciones? Sí; pero precisamente, reconocer esos errores, es descubrir con mayor claridad que nuestra meta es ésa: una felicidad no pasajera, sino honda, serena, humana y sobrenatural».

«Una criatura existe que logró en esta tierra esa felicidad, porque es la obra maestra de Dios: Nuestra Madre Santísima, María. Ella vive y nos protege; está junto al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, en cuerpo y alma. Es la misma que nació en Palestina, que se entregó al Señor desde niña, que recibió el anuncio del Arcángel Gabriel, que dio a luz a Nuestro Salvador, que estuvo junto a Él al pie de la Cruz».

«En Ella adquieren realidad todos los ideales; pero no debemos concluir que su sublimidad y grandeza nos la presentan inaccesible y distante. Es la llena de gracia, la suma de todas las perfecciones: y es Madre. Con su poder delante de Dios, nos alcanzará lo que le pedimos; como Madre quiere concedérnoslo. Y también como Madre entiende y comprende nuestras flaquezas, alienta, excusa, facilita el camino, tiene siempre preparado el remedio, aun cuando parezca que ya nada es posible». (San Josemaría, Amigos de Dios , n. 292).

La voz de los poetas

Tú, que lo que perdió Eva,

cobraste por quien tú eres;

tú, que nos diste la nueva

de perdurables placeres;

tú, bendita en las mujeres,

si nos vales:

darás fin a nuestros males.

Tú, que te dicen bendita

todas las generaciones;

tú, que estás por tal escrita

entre todas las naciones;

pues en las tribulaciones

tanto vales:

da remedio a nuestros males.

Tú, que tienes por oficio

consolar desconsolados;

tú, que gastas tu ejercicio

en librarnos de pecados;

tú, que guías los errados

y los vales:

da remedio a nuestros males.

Tú, que tenemos por fe

ser de tanta perfección,

que nunca será ni fue

otra de tu condición;

pues para la salvación

tanto vales:

da remedio a nuestros males.

Quién podrá tanto alabarte

según es tu merecer;

quién sabrá tan bien loarte

que no le falte saber;

pues que para nos valer

tanto vales:

da remedio a nuestros males.

¡Oh Madre de Dios y hombre!

¡Oh concierto de concordia!,

tú que tienes por renombre

madre de misericordia;

pues para quitar discordia

tanto vales:

da remedio a nuestros males.

Tú, que por gran humildad

fuiste tan alto ensalzada,

que a par de la Trinidad

tú sola estás asentada;

y pues tú, Reina sagrada,

tanto vales:

da remedio a nuestros males.

Tú, que estabas ya criada

cuando el mundo se crió;

tú, que estabas muy guardada

para quien de ti nació;

pues por ti nos conoció,

si nos vales:

fenecerán nuestros males.

Tú, que eres flor de las flores,

tú, que del Cielo eres puerta,

tú, que eres olor de olores,

tú, que das gloria muy cierta;

si de la muerte muy muerta

no nos vales;

no hay remedio en nuestros males.

Juan del Enzina, Villancico.

J.A. Loarte